A los Tepetatles
A raíz del éxito de The Beatles en todo el mundo, y con el apoyo del actor Ernesto Alonso, Alfonso Arau decide crear, en 1965, Los Tepetatles esta banda estaría formada por Marco Polo Tena (Los Rebeldes del Rock), José Luis Martínez y Julián Bert. José Luis Cuevas y Vicente Rojo diseñaron la portada y Carlos Monsiváis escribió algunas canciones, para el único disco de esta agrupación: “Triunfo y aplastamiento del mundo moderno con gran riesgo de Arau y mucho ruido”. La mejores rolas serán; Tlalocman (canción que fue retomada por Botellita de Jerez) y Rockturno (“Llora mi vate, llora de amor”). Cabe mencionar que John, George, Paul y Ringo jamás se sintieron amenazados por este conjunto, aunque seguramente lo hubieran disfrutado.
Si bien el cuarteto de Liverpool fue la inspiración para que Monsi incursionara en el mundo del Rock, será con la presentación de Jim Morrison en la Ciudad de México en la cual el Quevedo mexicano (así bautizó Elena Poniatowska a Carlos), haría una de sus mejores crónicas sobre un grupo de rock y su público asistente.
Antecedentes: el Morrison Band con el Morrison Jim, estaban programados para tocar en la Plaza de Toros México ante 48 mil personas en 1969, sin embargo las autoridades mexicanas (Presidencia de la República, Secretaría de Gobernación y el Departamento del Distrito federal), impidieron ese concierto, como tenían prohibida cualquier concentración juvenil después de la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.
Ante esta cerrazón, Javier Olmos y Javier Castro (dueño del club nocturno Fórum), se entrevistan y convencen, con 20 mil dólares, a Bill Siddons (manager de The Doors), para que la banda toque ante menos espectadores en el Distrito Federal durante de cuatro noches (28, 29, 30 de junio y 1 de julio de 1969).
El público, dice Monsiváis, que acudió a estas presentaciones, que por cierto impresionó a Jim por su entrega, fue de juniors, era “la primera generación de norteamericanos puros nacidos en México que aprende gramática inglesa en academias y el acento intachable en cursos de verano o viajes de compras”.
Respecto del concierto el cronista comentó:
“Y se hizo la oscuridad, y los ojos se concentraron, para iniciar el cobro de los réditos. Y aparecieron John Densmore en la batería, Robert Krieger, en la guitarra, Ray Manzarek y finalmente, al cabo de todo, la leyenda sexual, el sí de las niñas, Jim Morrison. Es un Morrison de barba, pelo largo, pantalón de pana sucio, camisa floreada, expresión lejana, incierta como de quien viaja frecuentemente sin necesidad de moverse de su cigarro. Es el Morrison repelente, sucio, negativo, antisocial que los así llamado periodistas de la Onda descubrirían con el horror de quién no adivinaba detrás de “Light my fire”, la ausencia de Sears Roebuck, Aurerrá o Vips. La sesión zarpa hacia el naufragio moral.
Y Morrison desconcierta y azora: mientras su clan sexual dependía de las atribuciones del público, las cosas marchaban bien. Ahora, su desdén, el manejo visiblemente obsceno de la voz y el micrófono, el fuck you de su actitud, la sensación de que a Morrison le vale gorro cualquier propaganda en relación a bellezas turísticas o desarrollo portentoso de nuestro hospitalario país. Se iban transmutando en asombro, disgusto no confesado, irritación, y finalmente decepción a nivel de fraude: no esperábamos esto, no quiere complacernos, no es un entertainer, nos busca agradar, no nos pela. Morrison es un ingrato: a una élite social no le hace falta que le comuniquen desesperanza o angustia: para eso, ya desde siempre se sabe que también los millonarios son mortales. But honey I miss you.”