Perdí mi cuerpo es una película animada francesa dirigida por Jerémy Clapin (ya disponible en Netflix) que nos cuenta la singular historia de una mano que está en búsqueda del cuerpo al cual alguna vez perteneció.
Como la trama indica, ésta es una película sumamente extraña que llega a sentirse como un sueño por los surreales elementos que presenta. Ver a una mano cortada recorriendo la ciudad, escapándose de edificios y defendiéndose de ataques de ratas es algo bastante peculiar, pero es su propósito lo que vale la pena explorar: ¿a dónde va esta mano? ¿con quién se quiere reunir? La respuesta es un poco obvia considerando que Clapin nos presenta una historia paralela sobre un torpe joven repartidor de pizzas llamado Naofel que está intentando conquistar a una chica.

El desarrollo de la historia de Naofel es tambaleante: vale la pena conocer su trágico pasado y cómo es que intenta encontrar la felicidad en su vida, pero su búsqueda del amor deja bastante que desear provocando que el personaje se sienta incompleto. Su camino nunca me terminó de enganchar y más de una vez, sentí que la presencia de Naofel en pantalla era un estorbo que le estaba quitando valiosos minutos a la maravillosa odisea de la mano por las calles parisinas. Habiendo dicho eso, explorar quién es Naofel es clave para extraerle todo el juego a la película, que te recompensa con un excepcional tercer acto en el que todas las piezas – buenas o malas – se unen para darle un empujón final a la narrativa central de Perdí mi cuerpo.
Como ya dejé en claro, todo lo que tenga que ver con la mano es fantástico, y eso incluye la animación. Además de usar un feroz ritmo, Clapin intercala tomas en primera persona para darle tensión a muchas de las imperdibles secuencias que involucran a nuestro peculiar protagonista. Y tal vez lo más notorio es que la mano te transmite emociones: el trabajo visual es tan bueno, que sientes el miedo, la expectativa y la terrible soledad por la que está atravesando este personaje al punto de llegar a ser conmovedor.

El score musical de Dan Levy es absolutamente fenomenal y uno de los elementos clave para que partes de la trama funcionen tan bien: armonías electrónicas, sintetizadores y hip hop son utilizados para crear una atmósfera de melancolía, con toques de esperanza, que te acentúan las dos narrativas con total perfección.
Perdí mi cuerpo es un poco convencional poema animado con altísimos valores artísticos sobre dolor que tiene problemas para aterrizar una mitad de su narrativa y que encuentra el éxito en la peculiaridad de ver la arriesgada aventura de una mano que desesperadamente intenta conectar con su pasado.