Cine
Los que se quedan, una película cálida e inolvidable
Con la temporada de premios entre nosotros, finalmente las salas nacionales reciben varios de los títulos que ya han sido aclamados en su paso por festivales y pantallas estadounidenses. Una de las más importantes es Los que se quedan, reciente producción de Alexander Payne, uno de los mejores cineastas de los últimos tiempos que desde su debut en los 90 con aquella genial Citizen Ruth, ha procurado mantener una impecable filmografía (salvo un pequeño bache por ahí con Matt Damon que muchos preferimos olvidar).
Ganadora de dos Golden Globes incluido mejor actor de comedia para Paul Giamatti y mejor actriz de reparto para Da’Vine Joy Randolph, estamos ante una obra perfecta donde Payne, revisita varios de sus temas habituales para refinar ciertos aspectos y darnos un filme inolvidable, lleno de encanto que da la sensación de ser un abrazo cálido para el alma.
“La adversidad forja el carácter”: de qué va Los que se quedan
Durante la época navideña de 1970, un malhumorado pero brillante profesor se ve obligado a quedarse de guardián de un joven rebelde, Angus Tully, abandonado por su familia en el campus donde estudia la preparatoria. Junto con la encargada de la cafetería, una mujer que atraviesa el duelo de haber perdido a su hijo, deberán aprender a sobrellevar la situación, la soledad y presión que ejercen las fiestas sobre uno y las diferencias que a la larga, terminan complementando un círculo social.
Lo conseguido en Los que se quedan es maravilloso. Desde que las cortinillas a estilo setentero de las productoras aparecen en pantalla, seguido de una hermosa fotografía con una textura de celuloide, el director nos transporta a este gran homenaje visual y narrativo tanto al Nuevo Hollywood de los 70 como al naturalismo poético francés de Vigo, contestatario y mágico por igual.
Es fascinación suya mostrarnos a personajes inadaptados, sofocados por el caos interno en un camino hacia la autocomprensión y a la paz con el entorno. En Giamitti tenemos a un protagonista severo, con muchas similitudes a su papel de Entre copas (también de Payne) que gusta de pavonearse de la disciplina que ejerce sobre sus alumnos. Muy sádico, al tipo le gusta pasearse entre ellos mientras les arroja sus exámenes reprobados y silba la Marcha de las Valquirias en un marcaje del humor elegante que maneja la cinta.
En ese sentido, el guión lanza magníficos diálogos todo el tiempo, como la grotesca descripción que el maestro hace sobre todo lo que encontrarán de residuos en la biblioteca al limpiarla como castigo. Jamás recae en lo vulgar, siempre se refiere con tremenda propiedad que lo vuelve aún más gracioso.
Por otro lado tenemos a la melancólica Mary (Randolph), quien opta por refugiarse en la escuela como una forma de no abandonar la memoria de su hijo. Gracias a ella entra uno de los grandes temas de Los que se quedan: el duelo. Cada protagonista enfrenta una situación muy similar que al final, les ayudará a darse esa fuerza entre todos. El entretejido que existe y como evolucionan es increíble en cada secuencia donde afrontan la depresión de una forma u otra, ya sea a través de la rebeldía propia de la juventud, el alcohol o el estancamiento laboral que continuamente frena los sueños.
Pero cuando la cinta parece terminar en un recuerdo dulce de año nuevo, retoma ese sentimiento amargo que requiere para no detener el crecimiento de sus personajes, de nueva cuenta abogando por autores como Bogdanovich.
Conclusión
Los premios que lleva en su haber están más que merecidos. Los que se quedan es una película que deja huella en quien la ve, como ha sido cada trabajo de Payne. La obsesión que ha llevado por las relaciones maestro-alumno (Elección), los fracasados en la vida (Entre copas) y el aprendizaje generacional (Nebraska, Las confesiones del señor Schmidt), culminan aquí.
Con una impecable fotografía, conmovedoras actuaciones, excelente fotografía y un soundtrack de ensueño que incluye a The Allman Brothers, Shocking Blue y Cat Stevens, verla es indispensable. Digna compañera navideña para ¡Qué bello es vivir!