Cine
Crítica de Rabia, de padres, hijos y licantropía
Jorge Michel Grau regresa al cine de genero en el FICG 38 con Rabia, donde le entra al tema de la violencia con un toque de licantropía
En el 2010, una obra de terror contemporáneo llegó a salas de cine de la mano de un realizador que ha sabido navegar entre el suspenso, drama y la televisión. Fue con Somos lo que Hay, su ópera prima, que Jorge Michel Grau llamaría la atención de los amantes del genero. Trece años después regresa al mismo con Rabia, una oscura cinta que hace su debut en el FICG 38 de este año y demuestra el crecimiento del cineasta citadino.
De qué va Rabia
La historia sigue a un padre soltero que lucha por criar a su hijo adolescente mientras regresan al hogar donde vivieron en el pasado. Sin embargo, este retorno y el cuidado del pequeño se verá complicado por una extraña condición que parece aquejar al papá. Mientras la rabia se hace presente, extraños y violentos sucesos comienzan a suceder, lo que hará que el padre confronte su propia masculinidad y su destino con tal de salvar a su hijo del monstruo que está desatado.
Es interesante ver el rumbo que, de repente, parece estar tomando el cine de horror mexicano a través de voces experimentadas o nuevas. Mientras que Huesera de Michelle Garza Cervera fue una oscura y mordaz reflexión sobre la maternidad y ser mujer en este país. Rabia se inclina por la amoroso pero violenta relación de un padre (Juan Manuel Bernal) con su hijo (Max Najar Márquez) a través de un mito como lo es la licantropía dentro de un contexto urbano que le da ciertas libertades a Grau.
Aunque los mitos de los licántropos suelen centrarse en la escena gótica o en los vastos bosques europeos, Grau trae esas creencias para centrarlas en un México perdido en el tiempo en medio de esta unidad habitacional donde los páramos de árboles cambian por edificaciones casi unidas en las cuales puedes ir pasando de techo en techo y en las que todo se sabe.
Es este el lugar del pasado del padre. Juan Manuel Bernal encarna esta figura como alguien sobre protector, un macho que no es capaz de admitir sus sentimientos y que prefiere educar a golpes o palabras duras que con base a la comprensión. Siempre cerrado, con un semblante duro, se percibe la rabia interna que poco a poco va exudando en su ser, poniendo en duda si lo que vemos es simplemente su naturaleza tóxica o si hay un monstruo queriendo salir.
Por otra parte, está Max Najar Márquez, salido del aplaudido drama familiar Los Lobos de Samuel Kishi Leopo, donde la ausencia del padre era clave. Ahora, esta figura está presente y a la vez ausente, pues es incapaz de comunicarse con él y el delgado lazo de cordura que los une está a punto de romperse debido a la rabia contenida que el pequeño también tiene y expresa en forma de rebelión ante la autoridad de su papá.
Lo brillante de Rabia, que fácilmente puede ser la cinta más oscura del realizador mexicano, radica en ese juego que hay entre esta historia de amor violento y el paralelismo desarrollado con pequeños detalles que insinúan la presencia de un licántropo. Las noches de luna llena, el lado animal y los ladridos de los perros así como las explosiones de violencia súbitas proveen el aderezo perfecto para comprender las cuestiones que el niño tiene acerca de su padre y su propia familia.
Jorge Michel Grau teje una telaraña con estilo alrededor de esa relación primordial para ponerlo no sólo como una alegoría de lo monstruoso donde nos damos cuenta que, al perseguir o querer acabar con ellos, nos terminamos por convertir en eso que juramos no volvernos. También, este proyecto sirve como un doloroso reflejo de nuestro entorno y cómo poco a poco va pudriendo las almas de los más inocentes hasta los más viejos.
Sin temor y sin tapujos, también existe ese factor del ‘coming of age’ frustrado en el que el niño busca ser un adulto para dejar de ser ignorado, maltratado o simplemente existir para su padre. Asimismo, resulta interesante que los personajes del relato son realmente anónimos, no tienen nombre propio, sólo sabemos la dureza de su vida, las pérdidas que han enfrentado y cómo poco a poco ambos se han perdido en una espiral de locura al lado del mito licántropo que los acompaña.
Otro gran acierto en esta cinta es el diseño de producción, donde la urbe funciona como un pueblo chico de infiernos grandes. Pero sobre todo, destaca ese diseño sonoro y la música del filme, mismos que desde los créditos iniciales transmiten una angustia parecida a la que enfrentan los protagonistas, es notable percibir cómo poco a poco la misma se va transformando, igual que ellos en cierta manera.
No cabe duda de que Grau sabe muy bien contar estos relatos de horror urbanos sin olvidar las grandes influencias del genero que alimentan su propuesta. Rabia es el ejemplo de que, después de cuatro años de no hacer un largometraje, el mexicano está de vuelta con una mordida feroz esperando contagiar de rabia a todos aquellos que estén dispuestos a aceptar una cinta de terror que no cae en los clichés sino que los reinventa y juega con ellos para hacer un relato impactante de padres, hijos y licántropos.