Cine
Al final bailamos, la eterna lucha contra la tradición
Desde Suecia llega una película aclamada en Cannes, Al final bailamos, un drama que entre bailes, posee una crítica social. Checa nuestra reseña.
Otro estreno afectado por la pandemia pero que al fin llega a salas nacionales es Al final bailamos, película sueca dirigida por Levan Akin la cual, fue aclamada tras su paso en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes. Un filme de entrada llamativo por el contexto en que se desarrolla, una cultura que dificilmente vemos asomarse en nuestro país: Georgia, antigua república soviética. Esto debería darles indicios del aire de libertad que buscan su protagonista ante un país arraigado en el aspecto social, de valores conservadores. Con decirles que en su estreno por allá, hubo protestas por parte de grupos en contra de la película…
Al fin bailamos nos presenta a Merab, un bailarín de danza georgiana. A pesar de su innegable talento, sus movimientos son delicados, contrario a la fortaleza y porte que debe mostrar acorde a su maestro.
Mientras Merab se prepara para la audición de una vacante en el elenco principal del ensamble nacional, debe lidiar con cada dificultad en su vida: los problemas económicos en casa, un hermano leal pero con una turbulenta vida secreta, las insinuaciones de su pareja de baile y “novia” y la llegada de un nuevo compañero, Irakli, quien además de arrebatarle la posición de un baile, le arrebata un gran cariño. Pero gran obstáculo, remarcado a lo largo del relato: la homosexualidad no está nada aceptada en Georgia.
Como siempre, la apertura que ofrece esta clase de cintas hacia otro país es importante a destacar (no vengan con que son expertos sociólogos georgianos, por favor). Un simple mortal, no tendrá idea cual es la capital de Georgia o como son sus danzas tradicionales, mismas que toman mucho de la estética rusa. Incluso conocer como es la vida nocturna dentro de la comunidad gay, oculta en esta perpetua persecución y prejuicio, es interesante. Se nota un elaborado trabajo de investigación por parte de Akin que no queda solo en una mirada superficial al país.
Más allá del romance adolescente que enfrenta, ese primer amor tortuoso y frenético, donde mejor conecta la película es en su comentario social. Muchos al verla, podrían sentir cercano ese destino trágico de ser georgiano, nada alejado de la realidad latinoamericana. Por qué no se trata nada más de un problema de homofobia, sino de una enorme desigualdad y falta de oportunidades.
Es fascinante analizar un detalle en apariencia burdo, como los cigarros de la novia. Ella pasa la película presumiendo que son de Londres cuando en realidad, son nacionales. Hay una cuestión de estatus para sobrevivir hasta en el círculo escolar que desnuda una realidad más horrida de lo aparente. A la vez, hay muchas aspiraciones por escapar y ser alguien. Joya.
La actuación novel de Levan Gelbakhian como Merab es sobresaliente. Ya he hecho hincapié en su talento para el baile, pero la gama de emociones que atraviesa hacia su madurez, pasando por el inevitable fondo, es excelente. Hay un momento en que su desesperanza contagia su alrededor y la maraña de emociones negativas, hacen presentir solo lo peor. Ayuda tener un control absoluto de su cuerpo. Gran actor, habrá que verlo después.
En el lado negativo, encuentro un tanto frustrante ciertos movimientos de cámara y encuadres que no muestran del todo las elaboradas secuencias de baile. Sí, maldito lado quisquilloso que no me permite disfrutar cuando veo brazos o piernas cortadas en estas secuencias.
También siendo sincero, quizá si haz visto más películas de índole gay, la fórmula te resultará por demás explotada y predecible, desde el despertar inocente, el autodescubrimiento, la lucha contra las tradiciones y la decepción amorosa que lleva al inevitable crecimiento con su debida aceptación. Títulos se me vienen varios a la mente, como Roman (Argentina, 2018), Tinta Bruta (Brasil, 2018) e incluso el más reciente título de Dolan, Matthias & Maxime. Es un melodrama clásico en toda la extensión pero con gran ejecución y lo exótico de su locación, le ayuda a sobresalir.
A pesar de ello, Al final bailamos es un drama inspirador cuya virtud más grande es narrar más a través del baile que en los mismos diálogos. El clímax es de una tremenda poesía, inevitable no contagiarse por ese espíritu combativo a través de nuestras pasiones, independientemente de las preferencias. Llega a divertir las reacciones de sus maestros ante su forma de bailar, que introduce el vogue al folclor como esta muerte de lo viejo a favor de ser vanguardista y honesto. Además, como no amar una escena que incluye un clásico hit de ABBA. Corre a verla.