Cine
Crítica de Juegos Inocentes, el terror que azota la infancia
Ah, la niñez, esa hermosa etapa donde el bullying y las latas de crecer eran cosa de nada comparado a la vida adulta. Todo es inocencia y libertad, mientras los adultos no se den cuenta. Pero, qué pasaría si tú y tus pequeños amigos descubrieran que tienen misteriosos poderes? Tal es el planteamiento de Juegos Inocentes, donde Eskil Vogt dota de un retorcido giro a esta historia de amistad y nos hace ver que la infancia no es tan pura.
Bondad y malicia, las caras de los Juegos Inocentes
Hay que recordar que el cine está lleno de ejemplos de cintas con niños que aparentaban una cosa y terminaban por ser lo peor. Está la adaptación de 1984 de Los Niños del Maíz de Stephen King, donde un culto dirigido por niños decide acabar con los adultos del pueblo; la clásica de culto británica El Pueblo de los Malditos de 1960, donde el control mental de infantes rubios hacía estragos o la memorable cinta española de 1976, ¿Quién puede matar a un Niño? de Narciso Ibáñez Serrador.
Presentada en el Cannes Film Festival y SITGES, dos festivales completamente opuestos, la historia del guionista y director nominado al Premio de la Academia por La Peor Persona del Mundo (Trier, 2021) se inclina por las fórmulas del cine de género, caminando entre el thriller, la ciencia ficción y el terror real detrás de la historia de cuatro niños y su amistad veraniega.
Sin embargo, el noruego opta por una estructura que parece salir de un cuento de hadas con mala leche en la que los adultos existen pero están apartados del mundo y las revelaciones que este grupo de infantes de diferentes lugares encuentran en medio de un bosque, mismas que desatan el caos de los Juegos Inocentes hasta convertirlos en lo contrario a ello.
Parte de la esencia para mostrar la tensión creciente en este thriller se basa enteramente en este complejo medio abandonado rodeado de un bosque donde Ida (Rakel Lenora Fløttum) y su hermana mayor autista Anna (Alva Brynsmo Ramstad), quienes ante el cierto desinterés de sus padres, salen a jugar al parque, donde cada una hace un nuevo amigo: Ben (Sam Ashraf) y Aisa (Mina Yasmin Bremseth Asheim), sentando las bases de un relato que cada vez se volverá más tenso.
Bajo la ingenuidad de la infancia: los niños de Juegos Inocentes
Efectivamente, estos Juegos Inocentes no serían nada si no fuera por el gran trabajo de los jóvenes actores que protagonizan el relato. Comenzando por el vínculo de la inocencia, Aisha, hija de una madre separada migrante que hace todo por mantener con bien a su retoño que suele jugar con muñecas. Mina Yasmin Bremseth Asheim es el lazo empático de estos cuatro, algo que acaba por costarle muy caro.
Por otra parte, está el joven Ben, cuya amistad con Ida se va fortificando debido al cierto desdén que ambos tienen por el descuido de sus padres. Pero conforme el relato avanza, vemos los problemas a los que este joven se enfrenta y que derivan en las decisiones que toma. Sam Ashraf logra momentos de locura e intimidantes sin darle un papel antagónico nada más por que sí, sino que Vogt ahonda en la carga psicológica del niño que al final explota de la peor forma.
Pero es la dinámica de las hermanas la que resulta mucho más interesante en estos Juegos Inocentes, comenzando por Ida, la pequeña de nueve años cuyo arco va del desagrado y la rebeldía hacia el miedo de no saber cómo detener la fuerza desatada por los niños. Sin embargo, quien se lleva las palmas es Anna, interpretada por Alva Brynsmo Ramstad, que detrás de su misterioso autismo esconde algunas virtudes que serán la única respuesta a esa malicia desatada inesperadamente.
Cada gesto, movimiento y expresión es tan certera que es gracias a la química entre los cuatro que la tensión de este relato crece hasta ese clímax donde la infancia y su espíritu de candor queda completamente de lado. Hay secuencias en planos cerrados que dependen totalmente de la expresividad y capacidad histriónica de ellos, un gran mérito para Vogt al momento de trabajar con estos infantes que derivan hacia una pérdida de la inocencia terroríficamente realista.
Las parábolas del cuento de hadas: los mensajes de Juegos Inocentes
Claro está que la fortaleza de la cinta también recae en el gran guion construido por Vogt. En él podemos encontrar lecturas interesantes entre líneas, como los problemas de racismo y discriminación, así como el abuso infantil o las familias disfuncionales, todo encerrado en un relato tan simple de niños con poderes sobrenaturales en medio de unos adultos que verán todo suceder sin comprender realmente lo que sucede.
En ese sentido, el noruego hace no sólo guiños a los relatos de horror citados al principio, sino que también se aproxima con sus Juegos Inocentes a los dilemas presentados en Brightburn (Yarovesky, 2019) , donde la crianza y el camino del mal escogido por un niño con una etapa de crecimiento retorcida era la base para la génesis de un supervillano. Sin embargo, aquí todo es un juego hasta que se sale de control, tomando a la muerte como un juguete más de sus acciones,
Otros aspectos destacados son el realismo con el que aborda el problema del autismo de Anna, así como el micro universo de una amistad entre niños en etapa de formación que se sale por completo de control, disfrazando a las travesuras de algo mucho más duro como lo es el desapego y la crueldad del ser humano, mostrando escenas de pesadilla donde el miedo se oculta en las cosas mas sencillas, o en este caso, en los Juegos Inocentes a los que tanto estamos acostumbrados.
No cabe duda que este es un filme que se toma su tiempo en colocar las piezas para detonar no sólo la ciencia ficción y el horror, sino ese miedo constante detrás de las miradas aparentemente inocuas o de las sombras detrás de la luz de la infancia. Es ahí donde Eskil Vogt encuentra el perfecto asilo para una cinta fría, calculadora que entrega uno de los clímax más tensos en lo que va del año. Eso si, no volverás a ver a los niños de la misma manera.