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Cine

El Niño y la Garza, dolorosas lecciones de vida con Hayao Miyazaki

AJ Navarro

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El adiós del maestro Miyazaki llega con El Niño y la Garza, una de su más complejas obras inspirada en su vida y la novela ¿Cómo vives? de Genzaburo Yoshino
El Niño y la Garza
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No cabe duda de que uno de los mejores directores de animación en el mundo es Hayao Miyazaki, uno de los fundadores de Studio Ghibli, que ahora está de vuelta con El Niño y la Garza, cinta con la que, en declaraciones del aplaudido cineasta, le dice adiós a una prolífica carrera con un viaje que rinde homenaje a su obra y sus temas más recurrentes.

De qué trata El Niño y la Garza


Un joven llamado Mahito pierde a su madre en los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial. Con el dolor a flor de piel, Mahito súbitamente se aventura en un mundo compartido por los vivos y los muertos en busca de su madre perdida. Es en este lugar donde la vida, como él la conoce, encuentra un nuevo comienzo, creando una fantasía sobre la vida, la muerte y la amistad salida de la mente del maestro Hayao Miyazaki.


Miyazaki nuevamente demuestra el gran poder que tiene con su imaginación al ser capaz de mezclar una novela infantil de los tiempos de posguerra que trata acerca del duro proceso de crecer mientras propone ciertos dilemas éticos y morales con la experiencia de vida del director, algo que ya habíamos visto en su anterior filme, Se Levanta el Viento (2013), pero aquí toma la perspectiva juvenil de forma más personal, enfrentando a Mahito al proceso de pérdida y cómo seguir adelante con una vida que le fue arrancada de súbito.

Antes de entrar a su mundo, el japonés brinda una secuencia de tremendo realismo ante un ataque e incendio ocurrido a finales de la Segunda Guerra Mundial. Rodeado del gran uso de elementos como los sonidos de las sirenas antiaéreas así como las llamas salvajes que consumen e hospital donde su madre se encuentra, El Niño y la Garza pone un doloroso recordatorio de la memoria del niño Hayao, aquel que vio morir a su madre en cama, así como a su país derrotado y consumido por las consecuencias de una batalla perdida.

Los personajes y la animación en esta última cinta de Miyazaki remiten a otros de sus anteriores obras. Foto: Cine Caníbal
Los personajes y la animación en esta última cinta de Miyazaki remiten a otros de sus anteriores obras. Foto: Cine Caníbal

A pesar de ese duro comienzo, Miyazaki entra a lo que mejor sabe: la creación de los mundos fantásticos, ante la inevitable mudanza de Mahito y su padre a la provincia, dejando a Tokio detrás, compartiendo vivienda con la hermana de su madre que está embarazada. Es en este lugar que el niño del título, guiado por su curiosidad muy al estilo de la pequeña protagonista en El Viaje de Chihiro (2001), que el joven encontrará una torre abandonada que servirá como portal hacia el mundo fantástico entre los vivos y los muertos.

Aunque la guía de toda la aventura recae en Mahito, es su interacción con otros personajes como la molesta garza que sobrevuela siempre el lugar, la que lo lleva a aventurarse dentro de esos páramos, pues el protagonista está convencido de que su madre sigue viva. Es aquí que El Niño y la Garza comienza su complejo viaje, uno que definitivamente lleva a lo más abstracto que Miyazaki ha hecho en años, pues no sólo es visualmente llamativo, sino que también plantea dilemas como el transitar en el espacio-tiempo y la creación de las almas de una manera muy particular o hasta densa.

Una de las mayores virtudes siempre será el diseño de los personajes. Cada uno tiene su propia personalidad y razón de ser, pero es la garza quien puede llegar a ser temible de vez en cuando. Asimismo, en el mundo fantástico que nuestro protagonista ronda, existen bellas figuras como los warawara o una parvada de aves hambrientas por carne humana o el poderoso Señor de la Torre que prueban la fuerza imaginativa de Miyazaki.

Nada es lo que parece en El Niño y la Garza, donde la línea entre los vivos y los muertos es muy delgada. Foto: Cine Caníbal
Nada es lo que parece en El Niño y la Garza, donde la línea entre los vivos y los muertos es muy delgada. Foto: Cine Caníbal

Pero es en el guion donde El Niño y la Garza encuentra sus fortalezas y debilidades. Ante un panorama que abarca tantas temáticas, el director de repente tropieza con el ritmo de la cinta, que de inicio avanza a trompicones y en otros instantes se muestra frenético. Es esa dispersión en su narrativa que hace complicado el viaje de dos horas que nos propone, uno que a todas luces siempre resulta por demás ambicioso y que suele ser enfocado hacia un público más adulto.

Y es que la cinta exige una gran atención a los pequeños detalles, esos que finalmente acaban por definir los actos y destinos de los protagonistas, ya no digamos a los temas que abarca que van desde la melancolía de una historia de crecimiento hasta el sentido de aventura más puro, mientras el joven Mahito descubre la importancia de aprender a dejar ir, madurar y aprender a seguir adelante en una interesante pero compleja analogía de una nación en busca de su reconstrucción.

El Niño y la Garza entonces funciona como un ejercicio catártico para Hayao Miyazaki, uno en el que puede retomar las formas y modos clásicos que lo llevaron a ser quien es. Aunque a ratos puede sentirse incluso como un artista que se copia a si mismo, ya sea en los dibujos o los confines temáticos que abarca, es sin duda un ejercicio bello del isekai, subgénero que usualmente presenta a un personaje que se transporta a un mundo alterno en el que las reglas son completamente diferentes.

En El Niño y la Garza, Miyazaki establece quizá el más abstracto de sus relatos. Foto: Cine Caníbal
En El Niño y la Garza, Miyazaki establece quizá el más abstracto de sus relatos. Foto: Cine Caníbal

Curiosamente es a través de este viaje que el artista nipón hace una mirada hacia sus adentros, todo a través de una cinta visualmente hermosa pero muy compleja, mostrando reflexiones sobre la definición de la mortalidad y los legados, remitiendo nuevamente hacia la pregunta original de la novela que lo inspira: ¿ cómo es que vivimos? y lo lleva un paso más allá, mostrando la importancia y crudeza de una de las enseñanzas de vida más dolorosas pero bellas que nos ha ofrecido el autor.

Acompañado de una partitura muy buena del compositor Joe Hishiasi que nos hace sentir ese viaje introspectivo, complejo y emocional con notas que van de lo devastador a lo agradable, El Niño y la Garza es un interesante paralelismo entre una biopic muy libre, una historia de renacimiento y re imaginación a partir de las pérdidas y una declaración final por parte del japonés que, con todo y sus altibajos, demuestra que sigue siendo el gran artista que ahora da paso a que continúen otros ese gran legado animado y complejo de sus relatos.

Comunicólogo, amante del cine, la música y todo lo que sea cultura. Forjando una carrera en el medio desde 2018 a la fecha. Colaborador en varios espacios, consciente de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

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