Cine
El Club de los Vándalos: el próximo gran clásico de culto
Con las actuaciones de Tom Hardy y Austin Butler, llega El Club de los Vándalos, película basada en hechos reales
Dirigida por Jeff Nichols, autor a quien tengo en gran estima por sus obras previas, Take Shelter y Mud, llega a salas El Club de los Vándalos, drama inspirado por el libro The Bikeriders del fotoperiodista Danny Lion publicada en 1967 y que aborda el estilo de vida de un club de motociclistas en su anhelo por encontrar un sitio donde pertenecer, con grandes aires de libertad en una de las eras de mayor represión en los Estados Unidos en su intento por aferrarse al sueño y superioridad americana.
Con las actuaciones de Jodie Comer, Austin Butler y Tom Hardy, el filme es un ameno collage de la vida biker, lleno de secuencias que juegan a momentos con el humor, la acción y las tragedias personales que enfrentan varios integrantes del grupo a través de sus tumultuosas vidas.
De qué va El Club de los Vándalos
Años después de acompañar en sus viajes a Vandals MC, un club de motociclistas de Chicago basado en los Outlaws MC de la vida real, el periodista Danny Lion retoma contacto con Kathy, pareja de Benny, una de las figuras más destacadas del grupo. A través de su conversación, se recuerdan los viejos tiempos de apogeo y los sucesos que llevaron a la caída del grupo y su líder, el frío y nihilista Johnny.
Aunque de inmediato muchos querrán compararla con Sons of Anarchy, la película tiene la esencia de ese nuevo Hollywood de inicio de los 70, heredera de Easy Rider al dar un recorrido al desencanto americano, con una línea marcada de los años dorados a inicios de los 60, hasta la decadencia criminal que tomaron estos grupos, como bien documentó Hunter S. Thompson en su libro sobre los Hell’s Angels.
Desde la primera escena en un bar cualquiera en medio de la nada, El Club de los Vándalos plasma un trasfondo de la búsqueda de libertad con este toque de violencia estilizada. Benny, personaje de Butler, es el estereotipo del hombre que no responde a nada ni nadie, un indomable que sigue sus propias reglas pero que a la vez, muestra una marcada lealtad hacia Johnny (Hardy), quien funge como figura paterna no solo para él, sino para muchos en esta tribu de inadaptados que encuentran refugio en las cervezas frías de su bar, en las rodadas, las noches de fogatas y en esa camaradería que comparten.
Gran parte de la película se desarrolla en este ir y venir de nuevos integrantes al grupo, entre los que comulgan con el espíritu de los Vandals y quienes buscan posicionarse distorsionando el significado de formar parte de un club para convertirse en una pandilla criminal. Por una parte, entre los primeros, tenemos a Funny Sonny, el tremendo Norman Reedus cuya presencia aporta muchísimo aunque termina desaprovechado. En segunda, tenemos un grupo de jóvenes obsesionados con entrar a las filas de Johnny pero que solo buscan un estatus.
Nichols es un director que entiende bien el actuar y hablar de los personajes en la América profunda y eso se traslada a la perfección en los protagonistas de la obra. El gran peso de interpretarlos recae en Comer, la mujer que cae seducida no solo por el atractivo de Butler, sino por la rebeldía del grupo. Ella intenta adaptarse hasta que las circunstancias y el propio estancamiento de solo reunirse a beber y deambular en las carreteras, sumado a las agresiones que sufre por parte de los nuevos la lleva a madurar y a buscar asentarse a una vida común.
Finalmente tenemos a Johnny, cabeza los Vandals. Hardy emula un marcado acento cual gangster e impone en todo momento. Pero, a pesar de la frialdad de sus acciones y agresivas reacciones cuando se trata de defender a los suyos, aún cuando está rodeado todo el tiempo de gañanes, es un tipo de aires solitarios, insatisfecho con la dirección que toma su club con la llegada de nueva sangre. Lo brillante del personaje es como, a pesar de todo lo malo, lo afronta con resignación ante su inevitable conclusión. Un grande.
Pero cuando El Club de los Vándalos toma un ritmo interesante y divertido, de repente comienza a surgir una repetición de mensaje en ciertas secuencias, del coloquial tipo “o todos coludos o todos rabones”; una vez Vandal, te mueres Vandal. La búsqueda de libertad se trastorna en conflicto de poder, la tribu se disipa en jerarquías y aunque interesante, termina repentino, de una forma anticlimática que opaca el drama que enfrenta Hardy y que lleva al giro de Butler.
La cinta tiene todos los elementos a futuro para convertirse en un clásico de culto, practicamente como todos los trabajos del director. Los personajes son memorables, las secuencias impecables y el drama, bien realizado, un relato que sin reinventar nada, plasma bien la crisis existencial que todos atraviesan. Su rebeldía es contagiosa, soñadora, te invita a fantasear en compartir trago con esos jocosos individuos (salvo cuando todo se va al carajo, claro está). Algún quinceañero la verá y saldrá en éxtasis de la sala. Honestamente, no lo culparía.
Finalmente, es importante hacer la acotación musical polvorosa pues en el soundtrack, suenan temas de Count Five, The Animals, Cream, Muddy Waters, Bo Diddley y Van Morrison. Una belleza.