Cine
Vivir, un excelente remake para una nueva generación
Bill Nighy estelariza Vivir, remake de una película de Kurosawa sobre la vida de un burócrata en sus últimos días.
Cuando se ha tratado de llevar la obra de Akira Kurosawa a oeste, por lo general los resultados han sido variados. Así como tenemos genialidades tipo Los siete magníficos (la versión del ’60, obviamente) o Django de Corbucci, también han abundado desgracias del tipo El último hombre con Bruce Willis. Vivir, dirigida por Oliver Hermanus, retoma el relato de Ikiru (1952), la cual a su vez se basa en un texto de Tolstoy para contar la travesía de un hombre estancado en la burocracia con el propósito de darle un sentido a su existencia durante sus últimos meses de vida.
Nominada a dos Oscar por mejor actor y mejor guión adaptado, este filme protagonizado por Bill Nighy es la muestra de cuando un remake es hecho con pasión y la firme intención de respetar a sus personajes a través de una trama llena de empatía, se puede estar a la altura de la versión original.
Vivir, un legado de experiencia para evitar los mismos errores
En Vivir conocemos a Rodney Williams, un hombre mayor que ha llevado una rutina dedicada a su trabajo en la burocracia londinense. Tras ser diagnosticado con cáncer, decide salir de su letargo para conocer los goces que dejó pasar de largo y que legado puede dejarle a los demás. Todo ello sin decirle a su familia acerca de la enfermedad que gradualmente acaba con él.
Bajo esta sencilla premisa, la película señala varias ineficiencias de nuestro sistema. La primera crítica va directa a la idealización inicial al trabajo de oficinista y la obvia incapacidad de la burocracia de resolver los problemas de la gente que deberían servir. “Siempre quise ser un caballero”, recuerda el protagonista al referirse a la admiración con la que miraba a los hombres partir en tren a Londres cuando era niño. Años después, recapacita cómo cayó en un juego donde su espíritu y sueños, mueren por la rutina.
Así como el señor Williams sufre por haber estropeado así su existencia, el joven Peter Wakeling, el nuevo trabajador de la mesa, parece seguir su mismo rumbo. Desde el primer día, los colegas señalan como no hay alegría en el ritual de tomar el tren y poco a poco, el desencanto se apodera de su mirada. Es fantástico cuando la siguiente secuencia, lleva a Wakeling al interminable laberinto de oficinas donde se reconoce el absurdo de tanto trámite. Esa es otra maravilla de Vivir: mezclar la melancolía con un elegante humor británico.
Es a través de distintos personajes que conocemos el cambio en el Londres de la post guerra: la desintegración del núcleo familiar (en medio de varios guiños al propio kitchen sink drama de los británicos durante los 50), la inminente expansión de la mancha urbana y la frialdad en el rosto y espíritu de sus habitantes. Una maravilla de relato.
Junto a lo efectivo de la trama, la gran virtud de Vivir son las actuaciones. Por ahí leí entre conocidos que Nighy siempre es garantía y el narrador de Elder Scrolls (debía sacar mi lado frito, ustedes disculparán), demuestra por qué se hizo acreedor a la nominación de mejor actor, la primera en su carrera. El personaje en sí es sobrio todo el tiempo, pero se vuelve enternecedor, una figura en busca de redención que provoca al espectador para conectar con su lado más vulnerable. En particular, el simbolismo que le otorga a su última obra pública, es brillante.
Por otra parte, francamente no tenía el gusto de conocer a Aimee Lou Wood (no he visto Sex Education) pero es una actriz fantástica. Ella interpreta a la única amiga de Williams durante sus últimos días. Siempre jovial, encarna aquellos ideales de libertad que tanto anhela sentir nuestro protagonista. La joven huye de la oficina, atormentada por el ambiente laboral más que por alguna incapacidad. “El ayuntamiento no es para todos”, reconoce el viejo. Los diálogos que ambos comparten, son inolvidables.
Finalmente, debo hablar de la excelente fotografía de Vivir. ¡Qué sutileza para expresar todo a través de iluminación, colores y sombras! Mi favorita fue un pacto realizado en el tren entre los compañeros de oficina pues mientras las palabras dicen algo, los rostros ocultos en altos contrastes dan el verdadero mensaje. Jamie Ramsey es maestro en ello, así lo demostró el año pasado en She Will de Charlotte Colbert y no dudo que en un futuro, también sea considerado a alguna estatuilla.
Sin embargo, mientras lo laboral quedó bien abordado, por ahí faltó un mayor desarrollo en cuanto a la relación de Williams con su hijo. Eso hubiese vuelto el desenlace aún más trágico, sin duda.
Conclusión
Para varios colegas, Vivir siempre será inferior o intrascendente en comparación a la obra de Kurosawa. Pero hablando de forma realista, un gran porcentaje de los consumidores que van a la sala no pensarán en ello ni les importará. Atraídos por la conocida figura de Nighy, obtendrán el recuerdo de haber conocido una cinta conmovedora con temas que cada día, son más relevantes en una sociedad tan violenta y estancada en su forma de pensar.
Es vital que el cine en 2023, absorto en la enajenación, voltee a ver este tipo de narrativas donde se reflexiona sobre el rumbo que tomamos diario con nuestras acciones y cómo este, deja una huella, por más mínima, en nuestro entorno. Al final, no sabemos cuando partiremos, ¿de verdad queremos que nuestros días se sientan a un desperdicio?. Verla es indispensable.