Cine
La Cocina, un nuevo triunfo en la filmografía de Alonso Ruizpalacios
Protagonizada por Raúl Briones y Rooney Mara, La Cocina es la nueva película de Alonso Ruizpalacios que llega a salas
De Alonso Ruizpalacios espero siempre lo mejor. Su filmografía es esencial para entender el tono y línea del cine mexicano contemporáneo libre de los excesos de la miseria o dramas blancos introspectivos. No importa si se trata de relatos ubicados en temporalidades históricas como ocurrió en Güeros y Museo o acercarnos a personajes vueltos parias de la sociedad a la Una película de policías, el mensaje y su esencia de mostrar la auténtica realidad de nuestro México. La Cocina, historia cuyo núcleo recae en inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, no es la excepción y el autor demuestra una madurez impresionante al reinventar la obra de Arnold Wesker en una narrativa cercana a nuestra idiosincrasia. No cualquiera.
El director se reúne de nueva cuenta con Raúl Briones, actor recurrente en varios de sus trabajos y, junto a la estadounidense Rooney Mara, se desarrolla esta serie de viñetas que al final, desarrollan la mejor disección que haya visto sobre la personalidad del mexicano desde Mecánica Nacional, tan precisa y desde distintos ángulos que complementan una totalidad innegable del como somos. Que aprenda el señor Luis Estrada, por favor.
“No hay nada más paisa que arrastrarse ante un pinche güero”: de qué va La Cocina
Similar a la obra de teatro en la que está inspirada, el filme es una serie de secuencias que muestra un día en la vida de la cocina del The Grill, restaurante neoyorquino con aires de grandeza aunque está más cercano a ser un Toks. Todo comienza con la llegada de Estala, una joven originaria de Puebla que llega a la Gran Manzana bajo la referencia de encontrar a Pedro, quien trabaja como cocinero en el restaurante.
Una vez ahí, la joven se encuentra con el vivaz hombre, personaje de lo más folclórico orgulloso de sus raíces que enfrenta varios escenarios: uno, el embarazo e inevitable deseo de aborto de su amante, una clásica camarera guapa pero sin rumbo en la vida. El otro, es que ha desaparecido una cantidad de dinero del restaurante y dadas las circunstancias, se perfila como uno de los principales sospechosos en un mar de paranoia y neurosis.
Al ser una obra de teatro, muchos autores habrían optado por irse a la fácil de “brillantes actuaciones, cero uso del lenguaje cinematográfico”, visto en ejemplos recientes como La Ballena. En cambio, Ruizpalacios conduce un soberbio manejo de cámara y ritmo que nos lleva a ahondar mejor en el caos que vive este restaurante. Empecemos tan solo con su sello característico: el montaje sonoro.
No existe un director en México que entienda tanto la importancia del sonido como él. El ruido, al igual que en Museo, es un protagonista más en esta cocina. Que si la máquina de refrescos no sirve y después se inunda todo, el constante ruido de la emisora de tickets (que evoluciona en este toc que desencadena una furiosa locura) y la pieza clave: el caos que para variar los latinos provocamos con el reverendo desmadre y fiesta para marcar nuestro territorio. Hacer ruido a lo pendejo es nuestra especialidad, se sabe y no se puede negar. Lo importante es que funciona para alimentar la desesperación y el suspenso que atraviesan todos en un ritmo hipnótico.
A partir de nuestros compatriotas, vemos este retrato tan minucioso del multicultural escenario de una cocina en Nueva York (amo la broma que hacen de “ser el panel de la ONU”). En apariencia, Pedro es el clásico macho mexicano, jocoso, dicharachero, ingenioso, el alma del lugar. Él triunfó porque ya se vio con hijo güerito y su jefe lo premió con la promesa de ayudarle a legalizarse. Por supuesto y como siempre, esta es la máscara de un hombre vulnerable, reprimido y sin ningún tipo de soporte. Con su familia existe una barrera de frialdad y sus compañeros, solo son eso, no un lazo más profundo.
Cuando él cree que el amor le ha sido correspondido en los brazos de la bella Julia (Rooney Mara), se encuentra ante la obvia negativa de ella. Ahora si que el pobre aplicó la de “tuvimos sexo, ya me enamoré”. Tremendo ingenuo, pero esa ingenuidad es esencial para mostrar su lado más humano, el de un soñador lleno de bondad.
En una secuencia que francamente me recordó a cierta escena de Kids, un vagabundo entra a la cocina para pedir algunas sobras. En un acto de generosidad, Pedro avienta las sobras y le prepara un par de colas de langosta, sin importarle meterse en problemas. Es imposible no empatizar con él, sin importar toda la sarta de defectos que carga. Claro, esto no se lograría de no ser por la excelente actuación de Raúl Briones, la mejor en su carrera aún por encima de lo visto en El norte sobre el vacío y su previo esfuerzo junto a Ruizpalacios.
Para cerrar el tema de la bondad y como un refuerzo a esa idea de la generosidad mexicana, en algún momento Pedro pregunta a uno de sus compañeros sobre cual es su sueño en la vida. Él responde “tener dinero. Soy muy generoso cuando tengo y me gusta compartir con la gente porque amo al mundo“. El tono tan sincero de su interpretación es conmovedor a más no poder.
Rooney Mara es un contrapeso interesante al lado más intenso de la cinta. Lo suyo es sobriedad absoluta, un realismo que oculta infinidad de secretos que de forma seductora, iluminan la vida del cocinero, a pesar de que esta luz, sea solo una enorme tristeza. Grande.
Mientras que todo esto habla del lado personal de La Cocina, el otro gran valor de la película son sus atinadas observaciones hacia una ciudad tan multicultural y complementaria como Nueva York, tan sofocante como el espacio cerrado de la cocina. Desde el inicio se nos advierte: aquí un descuido y eres devorado.
Esta idea acompaña a todos en el caos que por fortuna para ellos, es afrontado con la mejor cara. Tan solo una de las mejores secuencias es una batalla de albures en distintos idiomas, no solo español. Todos se dejan llevar para sobrevivir a la explotación, el abuso, el racismo, el creciente fenómeno de la gentrificación, hasta el maldito clasismo de la comida que lleva hacia un hervidero de furia y frustración. En otro punto de la trama, estos temas van de la mano de una hermosa metáfora de extraterrestres donde al final, todos son extraños en un lugar al que no pertenecen. Pero las risas no faltaron para endulzar el horror de su cotidianeidad.
La Cocina sería perfecta de no ser por el abuso de un recurso y el abandono de otro. Por una parte, en las primeras ocasiones que se presenta el humor en base a la barrera del idioma, los clásicos ‘¿qué dijo?’ que tantas veces hemos visto reciclarse, pierde su encanto después de varias escenas. El otro es la pérdida de este contrapeso de visiones que al inicio se muestra con el arribo de Estela. Aunque un mismo diálogo suyo reflexiona sobre la carencia de humanidad en el lugar que la lleva a ser relegada a un segundo plano, su personaje tenía más posibilidad de ser explotado.
Perdidos a la vuelta de la esquina en Times Square: La Cocina es una de las mejores propuestas del 2024
De narrativa nada convencional, La Cocina es una comedia de humor negro sin la intención de contarte solo la historia de amor imposible o el sueño del inmigrante: es un gran mural de las virtudes, defectos y obstáculos que atraviesa el mexicano. Mientras unos sienten orgullo y añoranza a su tierra, otros niegan sus raíces con tal de quedar bien hacia el hombre blanco, como es el caso del gerentillo encargado de investigar el robo del dinero.
Además si son cinefotógrafos o aspirantes a ello, no pueden perderse uno de los mejores plano secuencia en la Historia del cine, cortesía del maestro Juan Pablo Ramírez y que proximamente también veremos con Un cuento de pescadores. Un desplazamiento perfecto de la cámara que, junto al diseño sonoro y el elegante uso del blanco y negro, captura de maravilla la tensión de la hora pico en The Grill.
Una de las grandes obras de la década. Verla es indispensable y no esperes a que esté en Max: la experiencia en sala es indispensable. Insisto: el sonido es clave para fascinarse a este nivel.