Cine
Crítica de Una Jauría Llamada Ernesto, dura reflexión del sicariato
Everardo González está de vuelta para mostrarnos a una generación de jóvenes sicarios en Una Jauría Llamada Ernesto, que debuta en el FICG este año
Uno de los géneros más llamativos del cine mexicano sigue siendo el documental. En él existen
voces tan importantes como Juan Carlos Rulfo, Tatiana Huezo o Everardo González. Este último, egresado de la carrera de Comunicación Social de la UNAM y graduado del CCC como director, ha logrado un bello balance entre ambas caras al crear un cine que muestra lo impactante de la historia y su trascendencia de los temas para el constructo social del país. Su décimo largometraje, Una Jauría Llamada Ernesto, obedece justo a esta causa.
De qué trata Una Jauría Llamada Ernesto
Una Jauría Llamada Ernesto es un viaje de exploración a las entrañas del eslabón más frágil de la cadena que son los niños. El documental sigue el camino de los jóvenes llamados colectivamente “Ernesto” -tanto víctimas como sicarios- que en un momento determinado de sus vidas tuvieron acceso a un arma, la usaron para matar y pronto se convirtieron en parte de las muchas piezas del crimen organizado.
No cabe duda de que Everardo González trasciende más cuando ha puesto el dedo en la llaga de problemas tan duros como la violencia, los ladrones, la soledad o la muerte. Es a través de sus testimonios que el realizador nos ofrece una visión realista y dura de las causas, consecuencias y sensaciones que ese mundo provoca.
Everardo muestra a sus protagonistas siempre de espaldas, con una cámara escorpión que
siempre sigue sus pasos, tomándolos a lo mucho de perfil. Eso ayuda a conservar el anonimato no sólo de los jóvenes que poco a poco comentan cómo empezaron en el sicariato. Ese anonimato se conserva muy al estilo de La Libertad del Diablo (2017), donde enmascaraba a las víctimas y victimarios del dolor causado por la violencia en el país.
Para Una Jauría Llamada Ernesto, el primer plano de ellos es fijo y lo demás luce borroso, como un recuerdo de ensueño que, para muchos, se convirtió en pesadilla. El hip hop y freestyle funcionan como una adecuada música de fondo mientras que las composiciones originales transmiten las sensaciones que las declaraciones de “Ernesto”, el nombre que Everardo utiliza para hablar sin distinción de las víctimas y sicarios que alguna vez sostuvieron un arma y se convirtieron en una pieza de ese crimen organizado que azota a varios, se sienta crudo y honesto, pareciendo que la única ley en este mundo es aprender a defenderte o ser un güey para toda la vida.
El guion e investigación de González, al lado de Óscar Balderas y Daniela Rea, consigue obtener de viva voz afirmaciones tan duras como el hecho de los pagos de ciertos encargos a través de dinero o con droga en medio de un mundo en el que todo se rige por ver oír y callar y no había que saber más ni hacer preguntas.
Asimismo, mezclar nuevamente los testimonios de víctimas, victimarios y allegados le da una profundidad que abre el panorama de este oficio del sicariato, llevándolo a una perspectiva donde el manejo de armas y la corrupción de las autoridades también entran en juego.
La forma estética de Una Jauría Llamada Ernesto también ofrece detalles interesantes pues
Everardo a veces deja la pantalla negra en ciertas transiciones, enfocándose solamente en el audio donde se escucha la narración de los hechos y memorias de los involucrados, algunas confesiones acerca de la edad (‘éramos unas madrecitas’, dice uno), hasta la patética forma de
desarmar un cerro ocupado ofreciendo una pantalla de televisión por cada arma entregada, dotan de una amarga sensación al espectador.
Y aunque lo que escuchamos o lo que se ofrece de panorama no es algo que sea realmente
desconocido, es atemorizante la forma en cómo lo cuentan, dándole un lado humano a esa
perspectiva donde el primer asesinato es un reflejo de miedo, adrenalina a tope y la sensación de entrar en algo que se hacía por diversión, protección o simplemente la razón de ser una víctima para tener el poder de un victimario, aunque sus consecuencias puedan no ser las mejores.
“En México, la muerte comenzó a tener un rostro adolescente”, reflexionó González alguna vez y es justamente esa esencia la que se percibe en este documental, la de una inocencia perdida entre las armas y la violencia. Y es que la jauría se desenvuelve en un mundo pequeño en el que el barrio todo lo sabe. Sin dejar de lado esa vena de denuncia contra la policía y las autoridades que permiten que este tráfico de armas y violencia persista, la cinta es la voz de aquellos cuyo futuro fue truncado por las circunstancias y ahora sólo queda huir o morir.
Aunque la ficción reproducida en la novela La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo ya era lo suficientemente terrorífica por su realismo, Everardo González le da un nivel más íntimo ante las confesiones de esta jauría que, a su vez, confiesa la preocupación sincera de que niños de 13 a 14 años tengan pistolas en la mano, siendo ellos a quienes ya les teme la gente. Esto mientras los vemos desenvolverse en su día a día en las calles, jugando, andando en bicicleta.
Hasta que eso se interrumpe ante la acción de jalar el gatillo. “El infierno es aquí”, dice uno de ellos, y tristemente no es muy ajeno a la verdad. Una Jauría llamada Ernesto, que estrena estos días dentro del marco de la edición 38 del FICG y que a finales de año promete ser estrenada en Vix, es una visión sin juicios ni prejuicios ante estas vidas rodeadas por una violencia que los lleva más allá del sicariato para mostrarlos como hijos, hermanos, novios. Y aún así, no poder escapar de ese infierno de la colectividad que les ofrece un solo disparo que cambia por siempre una vida.