Cine
Crítica de La Última Función de Cine, soñando con la magia de las películas
A través de los ojos de un niño, el poder del séptimo arte se despliega en La Última Función de Cine, un bello poema de amor y nostalgia cinéfila
Quién no recuerda la primera vez que fue a una sala de cine. El pequeño rayo de luz en medio de la sala oscura, la gente llorando, cantando, asustándose en colectivo sin siquiera conocerse entre sí. La emoción de esas historias reveladas ante nuestros ojos y el encanto que nos marcó es el corazón de La Última Función de Cine, de Pan Nalin, cinta que compitió por la India para los Premios de la Academia y que, por fin, llega a México.
¿De que va La Última Función de Cine?
Samay (Bhavin Rabari) es un niño de 9 años que vive con su familia en un pueblo remoto de la India. Un día, el pequeño descubre el cine por primera vez y queda absolutamente hipnotizado. Contra los deseos de su padre, vuelve al cine día tras día y se hace amigo del proyeccionista. Samay y sus amigos buscarán atrapar, controlar, cortar y proyectar esa luz para contar historias pues éstas se convierten en luz, la luz en películas y las películas en sueños. Pero todo tiene un costo.
La Última Función de Cine se ubica en la villa de Adtala en Saurashtra, dándole un toque personal y semi autobiográfico al relato de Pan Nalin, que pone un poco de su experiencia creciendo en ese lugar para hablar de su descubrimiento por la hechura del cine y cómo este hecho cambió su vida por completo.
De alguna forma, la cinta se convierte en un poema de amor acerca de la magia detrás de ese rayo de luz que es capaz de proyectar un relato a 24 cuadros por segundo. Eso es lo que conquista a Samay inicialmente y que busca atrapar a su manera. La fascinación por este proceso y la belleza de las historias en este viejo cine con un proyeccionista que se convierte en su mejor amigo y aliado es parte del encanto de este filme hindú.
Detrás del séptimo arte: ecos y visiones de una última función de cine
Nalin evoca desde una visión muy local lo que existe detrás del séptimo arte y la capacidad que este mismo tiene para contar una realidad mágica a través de una ficción. En ese sentido, encuentra puntos en común con Los Fabelman, de Spielberg, donde un joven, al igual que Samay, descubre la fuerza de una narrativa para evadir o enfrentar los problemas reales que lo rodean.
Y es que la realidad de su entorno implica una relación complicada entre él y su padre (Dipen Raval), quien se dedica a vender tés en una estación de trenes que está a punto de quedar fuera de servicio. Además, es alguien que, a diferencia de Samay, cree que el cine es una forma burda de entretenimiento, no le gusta y lo considera una pérdida de tiempo. Pero el pequeño protagonista encuentra en él una voz, un despertar mágico que lo motiva a atrapar la luz y encontrar lo que hay detrás de ello.
Es a través del proyeccionista del viejo cine del pueblo, Fazal (Bhavesh Shrimali) que este infante logra escapar de la pobreza, la escuela y los regaños constantes del padre, encontrando la fuerza motora del cine en el proyector de 35 mm, los enormes rollos y, de nuevo, la luz que se convierte en símbolo de esperanza para vivir una historia que podría convertirse en La Última Función de Cine debido al progreso inevitable del séptimo arte.
En esa relación a conveniencia entre ambos encontramos el reminiscente un gran clásico del cine, Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, donde la universalidad y el poder del cine se ven reflejados a través de ese lazo en común entre Toto y Alfredo. Sin embargo, la cinta de Nalin decide evitar ello y centrarse en algo mucho más personal, evitando el sentimentalismo y mostrando una cuestión social interesante alrededor de Samay.
La realidad que vive en su familia, las diferencias o discriminación que hay entre los mismos pobladores, las oportunidades o la falta de ellas para aquellos que hablan inglés y quienes no, así como la marginación en las oportunidades son un contexto interesante en el que Samay se desenvuelve. Incluso la eventual llegada de la tecnología hace que el arte mismo de la proyección se vuelva obsoleto para el gran soñador dentro del niño.
Otra ventaja es la inocencia que Bhavin Rabari otorga al papel protagónico. A través de sus vivencias, su mirada y una secuencia dolorosa pero bellamente ejecutada del fin del celuloide que tanto apasiona a su personaje, Rabari hace que La Última Función de Cine se sienta como un viaje que escapa de un sentimentalismo barato o la porno miseria para entrregar un gran caleidoscopio de amor a este apasionante oficio.
Con expresiones de gratitud hacia los grandes maestros que hicieron posible el milagro del cine como los Hermanos Lumiere hasta los grandes directores de obras cumbres como Tarkovski o Kubrick, el camino iluminado de esta cinta hindú no deja de tener sus pequeñas conveniencias narrativas pero a través de la belleza de la fotografía de Swapnil S. Sonawane, esta última función de cine toma vuelo por el gran corazón de las memorias de un director que rinde homenaje y celebra la fuerza de este arte que transmite todo a través de esa sueño escondido en la luz.