Pólvora Live
KISS: estar en su concierto es viajar al pasado cuando androginia y lo análogo definían nuestro mundo
Nos lanzamos hasta Austria para presenciar uno de los shows de despedida y acá te contamos porque aún sigue siendo un espectáculo imperdible.
Es domingo y nos despierta la campana de la catedral en Viena, Austria. La cruda pega tan dura cómo va en el sol brutal del verano europeo. Pasando el día en el “bosque” de cemento, entre callejones adornados por edificios antiguos y altos, nos preparamos mentalmente a lo que va a suceder esta noche: por fin vamos a ver a KISS en vivo.
Hace muchos años, viví otra vida en Viena estudiando arte. Una noche llegaron mis ídolos del glam rock a la ciudad pero mis amigxs del entonces no compartieron mi entusiasmo por los Knights In Satan’s Service y no encontré quien me acompañara al toquín. Acabé en un Beisl poniendo a KISS en el juke box, tomando sola. Pero esta vez, 15 años después, por fin me encontré a mi crew para la misión.
Steffi, Sam, Miguel y yo nos juntamos afuera del foro y nos tomamos unas chelas en la calle en lo que llegan los boletos rebajados de segunda mano. La cruda ya hizo lugar a la peda reconectada cuando entramos.
Pasando por puestos de Brezen y Bier llegamos justo a la última rola de la banda abridora, The Last Internationale. La front woman, Delila Paz, corre de un lado del escenario gigante al otro, literalmente brillando en su overol de lentejuelas. Cuando acaban, baja una cortina enorme y tapa el escenario con el logo de KISS.
KISS y su Final Tour en Viena: un viaje al pasado.
Cuando suben, ya empieza a sonar “Detroit Rock City” y entre explosiones de fuego, que literalmente nos hacen sentir el calor en la piel, aparece Eric Singer en su plataforma individual tocando la batería con todo. Al mismo tiempo bajan Tommy Thayer y los dos fundadores de la banda, Paul Stanley y Gene Simmons, de plataformas colgadas del techo. Wow. Estatuas gigantes de los cuatro integrantes adornan el lugar, formando parte de la producción impresionante de KISS.
Estar en un concierto de KISS es viajar al pasado cuando androginia y lo análogo definían nuestro mundo. Hombres en overoles de piel, maquillaje y glitter, un escenario con props y pirotécnica aventándonos confeti y globos.
Va sin decir que gritamos cada canción con KISS desde el principio hasta el fin de su concierto, ya que todas sus rolas son hits y himnos. Además de ser músicos increíbles y grandes showmen, la verdadera edad de la banda no se nota para nada y hasta que su estado físico nos da envidia.
En “Love Gun”, mi rola favorita de ellos, Paul Stanley se avienta en un zipline hasta el otro lado del foro mientras no para de tocar la lira. Aterriza en un escenario individual donde tiene a varios micrófonos a su alrededor para poder voltear a cada lado y saludar a toda la audiencia.
Gene Simmons saca su lengua larguísima y se la pasa babeando y escupiendo sangre falsa con una actitud punk que me toca el corazón.
Eric Singer se rifa “Beth” en un gran piano, que me atrevo a decir salió de la nada, y nos hipnotiza con su poderosa y hermosa voz.
Tommy Thayer no para de brincar y moverse al ritmo de la música, entreteniéndonos con una coreografía variada y energética.
KISS es un musical, no sólo es un show, pero una experiencia muy entera.
Al final del concierto dicen “Gracias Viena” y ponen la bandera de Australia lo que me dio risa. Les “perdono”, pero no por haber puesto la bandera equivocada, porque eso no me importa. Les perdono por haber decidido poner una bandera en primer lugar.