Cine
Crítica de Pinocho: Guillermo del Toro cierra su trilogía de la infancia
Guillermo del Toro tardó años y gastó mucho dinero y esfuerzo para Pinocho y cada segundo valió la espera
Érase una vez un director mexicano que a través de los monstruos, la fantasía y las emociones humanas, decidió narrar sus propias historias en el séptimo arte. Desde sus primeros trabajos, se mostró su intención de crear estos universos únicos, de pelear por lo que quería hacer y cumplir sus anhelados sueños. Ese cineasta es Guillermo del Toro, quien ahora gracias a Netflix puede cerrar una trilogía muy personal con la reintepretación de un cuento muy a su estilo: Pinocho.
DEL ESPINAZO, EL LABERINTO Y UN NIÑO: LA DOLOROSA MAGIA DE PINOCHO
No es la primera vez que del Toro toma como referencia a la infancia y la guerra para crear un universo muy personal. Este contraste entre ambas perspectivas es, de hecho, lo que ha cimentado sus obras más personales. El primer guiño a ello fue en El Espinazo del Diablo (2001), donde contaba el relato de un orfanato casi abandonado en medio de la Guerra Civil Española donde la concepción de los fantasmas jugaba con la pérdida de la inocencia y la mirada de una infancia perdida rodeada de espectros no necesariamente sobrenaturales.
Posteriormente, en la que para muchos es su mejor cinta, El Laberinto del Fauno (2006) mostraría un enfrentamiento entre la dura realidad de esa misma batalla bélica que definió a una nación ante el doloroso horror del Franquismo con los sueños y visiones de una niña que cree en la fantasía, la magia y que, a través de ciertas pruebas, tendría que volver a su reino mágico para dejar este destino trágico. Emotiva y dramática, sus monstruos conquistarían seis nominaciones al Óscar y se llevaría tres.
Dieciséis años después, Guillermo del Toro encontró la cereza del pastel con Pinocho, cerrando esa dolorosa trilogía para él en la que un niño es la guía no del aprendizaje moralino de las versiones de Disney o las diversas versiones de live action anteriores, sino de una reimaginación en medio de una época donde la pérdida, la desobediencia y el miedo se unen en un proyecto de stop motion de una alta manufactura.
DANDO VIDA A LA ANIMACIÓN: LA MÚSICA Y VOCES DETRÁS DE PINOCHO
Para dar vida a esta nueva adaptación del clásico cuento de Carlo Collodi, escritor y cantante italiano nacido en Florencia, el realizador tapatío tenía que escoger las voces que dieran vida a estos personajes que ahora viven en un universo desarrollado en el periodo entre las grandes guerras. Por ello, recurre a una camada de viejos conocidos, así como añade a nuevos histriones para que este cuento adquiera ese tinte realista fantástico.
Para la conciencia de Pinocho, no podía faltar Pepe Grillo/Sebastian J. Crickett, que se vuelve el narrador de este relato con una menor importancia a diferencia de otras versiones. Por ello, quien mejor que Ewan McGregor para darle ese toque divertido y formal, complementado de buena forma con Óscar Flores en la versión en español. Asimismo, se suma la experiencia de David Bradley como Gepetto que también hace buen dúo con la experimentada carrera de Jesse Conde en el doblaje.
Pero es el niño de madera quien se convierte en la pieza clave, siendo un perfecto niño desesperante, tierno, inocente y malicioso que daría todo por su acongojado padre. Y es en el talentoso joven Gregory Mann que el director mexicano encuentra un interesante balance en su voz original y se complementa bien con Leo Novoa. Esto, aunado a la música de Alexandre Desplat que va por otra nominación al Premio de la Academia en su segunda colaboración con él, sabiendo llevar los momentos dramáticos con los bellos y dándole ese toque de fábula que necesita la cinta.
LA DESOBEDIENCIA COMO OPCIÓN: LA ESENCIA DE PINOCHO CON DEL TORO
Otro punto destacado de esta versión del popular personaje de madera es el situarla durante el fascismo de Benito Mussolini, pues usando la inocencia del títere va mostrando aspectos interesantes acerca de la desobediencia como un recurso para romper con la imposición de una sola forma de pensar y comportarse. Este Pinocho encuentra ahí sus vasos comunicantes en las otras dos obras de del Toro antes citadas, pues ellos no están de acuerdo con lo que pasa y, de alguna u otra forma, buscan romper el sistema opresor.
También existe otro factor interesante en esta adaptación donde la desobediencia se admite como un factor de reto incluso para la muerte, un aspecto que distingue a esta reinvención sobre las otras pues es un elemento característico de la obra original que no se había puesto en juego. Claro está que aquí, el tapatío lo hace fiel a su estilo y lo reproduce de buena forma, mostrando las influencias de sus otras obras cinematográficas en el diseño del relato.
EL TALLER DEL CHUCHO: LA CASA Y EL TALENTO MEXICANO EN PINOCHO
Por si fuera poco, cabe resaltar la labor del talento mexicano en la cinta y la aportación importante de El Taller del Chucho, una de dos casas que tuvo la producción y que contó con siete artistas principales que son figuras del género. Entre los destacados nombres encontramos a Rita Basulto, Sofía Carrillo, Carla Castañeda, René Castillo, León Ferández, Juan Medina y Luis Téllez, quienes colaboraron a crear las texturas, el diseño de personajes y este universo en el arte del stop motion.
La labor del diseño de arte producción resulta impresionante más allá de que puede sentirse como un reciclaje de otros recursos e ideas que el jalisciense ha usado antes. Es notorio en ciertos casos, como en el Ángel de la Muerte, los ecos de Hellboy 2 o el mismo Laberinto del Fauno. También, hay secuencias muy bien montadas que remiten directamente a la historia de Santi y los fantasmas del Espinazo del Diablo.
No cabe duda que la manufactura en los elementos de este relato le dan el toque sombrío y poderoso necesario que, si bien no desborda estilísticamente hacia un terror como el live action de Garrone, y de repente da ciertos tumbos que no encajan del todo con algunas canciones, del Toro si nos regala una historia fantástica con tintes humorísticos en medio de una emotividad que sabe dar los tonos adecuados de tristeza para así cerrar de buena forma esa trilogía de la infancia en la guerra.