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Pólvora Live

Los Bunkers en el Auditorio Nacional: un “Coloso” para las leyendas

Los chilenos se consagraron en la República Mexicana como la banda del rocanrol en español más grande creada en este siglo

Gustavo Azem Martínez

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Los Bunkers, la mejor banda del continente, leyendas del rocanrol chileno. Miembros del salón de la fama del ideario colectivo en México, Argentina, Chile, Venezuela, Colombia, y un largo, pero muy largo etcétera.

De qué otra forma de le podría llamar a cinco locos que se paran en el Auditorio Nacional de la CDMX y hacen lo que se les da su chingada gana. Que rompen esquemas. Que rompen quinielas. Que convierten el folclor en música para bailar. Que son capaces de transformar su alma en un solo de rock infernal, y una balada romántica en el clásico de viejos, maduros, jóvenes, adolescentes, niños y bebés.

Como cuando éramos niños

Apenas entrar al “Coloso de Reforma” con el esperado regreso de Álvaro, Mauricio, Gonzalo, Basualto y Francisco en la mente, se te arma una revolución en la maldita cabeza. Como si fueses el mismísimo Anton Ego tragando un ratatuille, y te devolvieran los sonidos de las liras hasta tu infancia.

Un morro de secundaria medio frustrado con su aspecto, forma de ser y pensar, que apenas acababa de descubrir la música en español, el rock nacional, el ska, el punk, que sentado en su pupitre, clava la mirada en su amigo Ernesto, quien mueve las manos como si tocara la batería mientras repite, repite y repite: “Ven aquí, no sabes cuánto te esperé, ven aquí no sabes cuánto te esperé, ven aquí no sabes cuánto te esperé”.

“¿Y esa mamada?”, “esa mamada son los bunkers”, “A ver, ponlos”, “te vas a cagar”. Bajó esa rola pirata con el Lime Wire, pero suena lo suficientemente bien en la bocina pedorra de su Sony Ericksson W300 como para crear una nueva adicción de por vida. El fanatismo por Los Bunkers.

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Los Bunkers en el Auditorio Nacional. Foto: Lulú Urdapilleta / OCESA

Los Bunkers en el Auditorio Nacional

Regresamos de golpe al Auditorio Nacional, ratatuille se nos fue al cogote con el redoble bien en seco de la batería. Pero no hay agua por ninguna parte, nos lo tienen que sacar a chingadazos violentísimos, y nadie mejor que Mauricio Basualto para rompernos la espalda a baquetazos.

En un tipo ecuánime que se sienta detrás de la batería, muy elegante, con una postura bien firme y sería. Concentrado en lo que hace hasta que bajan las luces y el metrónomo le marca: “¡un, dos, tres, cua!”. Entonces, parece más bien un demonio, con cuernos, cola, rodeado de llamas y todo. Los movimientos de sus muñecas parecen discretos, pero hace volar los buffers a pedazos. El hihat, crash, ride y china tiemblas cuál gelatina al borde de las fisuras.

Al tiempo, y ahí juntito, Gonzalo López. Siempre ecuánime. Bailando de un lado pa’ otro, con el instrumento hasta las rodillas. Siempre ha sido tímido, se mantiene agazapado. La oscuridad evita que lo notes mucho, que lo veas a los ojos, o que si quiera lo veas. Es elegante y misterioso.

Pero es también la columna vertebral. Si algo ha caracterizado a la banda desde sus inicios, es ese bajo tremendamente sexy, que siempre está asomándose, buscando el momento exacto para destacar, para ser mucho más que los demás.

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Los Bunkers en el Auditorio Nacional. Foto: Lulú Urdapilleta / OCESA

Un paso al frente, en la pista de baile, se abre la bolita para ver al centro a la pareja más audaz de la noche. Esa química solo podría venir empaquetada en la misma sangre, en el ADN Durán. Ese no se vende, no se renta, ninse encuentra en la calle. Pasa de generación en generación.

Es que no hay otra forma de explicar que son tipos durísimos, que gustan del rocanrol bien pesado, de riffs pegajosos y violentos, de solos larguísimos, del jam en vivo donde luzcan como todos unos dioses, guitarras llenas de distorsión y arpegios complicados. Son retadores. Les gustan los laberintos musicales, y explorar de todo en melodías, armonías, ritmos.

Y a veces tienen batallas en pleno escenario para demostrar quién está más perro. Quién mueve los dedos con las astucia. Quién es digno de ser llamado el heredero de los Rollingstones. Pero también se miden a tocar el piano, a cantar, a bailar y a interactuar con el público. Quién es más o menos popular. El resultado: un empate. Bárbaros. Aplausos de pie.

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Los Bunkers en el Auditorio Nacional. Foto: Lulú Urdapilleta / OCESA
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Los Bunkers en el Auditorio Nacional. Foto: Lulú Urdapilleta / OCESA

Al frente: Álvaro. Un tipo guapo, bien parecido, carismático, que sabe bailar, sabe hablar, puede entretener, que se viste bien, toca la guitarra y canta tremendo. Le pone tanto corazón, que las canciones no van a ser lo mismo nunca sin su voz. Si se va, se acaban Los Bunkers.

Es una experiencia religiosa verlo en el escenario. Le gusta juguetear y ser protagonista. Mueve peligrosamente las caderas, lanza miradas coquetas, menea las piernas con la habilidad de Elvis Presley, enamora. Adora que lo noten, que le aplaudan y sigan sus instrucciones al pie de la letra. Que bailen. Que levanten las manos. Que saquen sus celulares. Que canten fuerte. Ahora más duro. Quédense afónicos. Rompan sus cuerdas vocales. Idolatren a mi banda. Los quiero. Los amo. Valen mil.

Pero no es egocentrismo. No es narcisista. Sabe jugar en el equipo, y su papel en la banda, así como el rol de cada uno de sus compañeros. Les da su lugar. Los presenta. Los respeta. Lidera en actitud a cada pieza del rompecabezas para obtener un resultado final magestuoso.

La mejor noche del mundo

Estos cinco locos hicieron, probablemente, uno de los mejores conciertos del año en la industria del entretenimiento actual; para su historia, uno de los más grandes, emocionantes, sorpresivos y vertiginosos. Ni si quiera imaginaban lo que impactaría en el cuerpo de 10 mil personas completamente ajenas, pero unidas entre ellas y con ellos por siete discos de estudio.

Mismos siete discos que sonaron en una velada de sorpresas, algunas mucho más inesperadas que otras, de grandes clásicos, obviamente, y de temas under que probablemente jamás volvamos a escuchar en vivo, sin olvidar sus estrenos, de cara a una nueva etapa de la banda.

Cada una de ellas en diferentes versiones, con nuevos solos intensos y de larga duración, intros pocas veces escuchados o un pequeño freno en formato acústico, con percusiones e instrumentos propios de Latinoamérica. Su propio Folklore.

Un espectáculo en toda la extensión de la palabra, digno de entrar en todos los libros de historia musical, reportajes del rock en español, próximas biografías, artículos especiales en periódicos o revistas, y reseñas de sitios web. Un show que marcará huella en los próximos años, y que debería ser punta de lanza para todas las bandas que de ahora en adelante quieran presentarse en el Auditorio Nacional.

Aplausos para las nuevas leyendas.

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Los Bunkers en el Auditorio Nacional. Foto: Lulú Urdapilleta / OCESA
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Los Bunkers en el Auditorio Nacional. Foto: Lulú Urdapilleta / OCESA

Setlist de Los Bukers en el Auditorio Nacional 2023:

  • Miéntele
  • Te vistes y te vas
  • Yo sembré mis penas de amor en tu jardín
  • Quién fuera (Silvio Rodríguez)
  • Una nube cuelga sobre mí
  • Bajo los árboles
  • Ángel para un final
  • Deudas
  • Nada es igual
  • Ahora que no estás
  • A la velocidad de la luz
  • Pequeña Serenata Diurna
  • La exiliada del sur (Violeta Parra)
  • Calles de Talcahuano
  • Si estás pensando mal de mí
  • Rey
  • Cura de espanto
  • Fantasías animadas de ayer y hoy
  • Y Volveré
  • Nada nuevo bajo el sol
  • No me hables de sufrir
  • Bailando solo
  • Ven aquí
  • Canción para mañana
  • El necio
  • Llueve sobre la ciudad
  • Miño

Periodista musical egresado de la UNAM; ahora editor SEO, reportero y fotógrafo de esta H. revista digital, con más de siete años en el mundo de las notas, reseñas y opiniones de la industria musical. Interesado cien por cien en la búsqueda de nuevos sonidos, tendencias y datos históricos.

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