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Resistencia, un perdido y gris relato de ciencia ficción

Resistencia ofrecía lo que pareciese una épica de ciencia ficción moderna pero termina por perderse en un mar tedioso que ni una IA puede salvar

AJ Navarro

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Resistencia ofrecía lo que pareciese una épica de ciencia ficción moderna pero termina por perderse en un mar tedioso que ni una IA puede salvar
Resistencia
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La humanidad y la inteligencia arificial. Un enfrentamiento tan antiguo que nos remite a los textos de Phillip K. Dick o Isaac Asimov, entre otros genios de la ciencia ficción y que han entregado obras maestras del séptimo arte como Blade Runner (Scott, 1982) o Terminator (Cameron, 1984). Y aunque Resistencia parecía ser una de las mejores propuestas del género en los años recientes, tristemente se queda en una sensación de vacía decepción ante un panorama con miles de ideas que jamás despegan y aquí les decimos porqué.

De que trata Resistencia

Gareth Edwards (Rogue One, Godzilla) está detrás de este relato de ciencia ficción situado en medio de una guerra futura entre la raza humana y las fuerzas de la inteligencia artificial. En el, Joshua (Washington), un endurecido ex agente de las fuerzas especiales en duelo por la desaparición de su esposa (Gemma Chan), es reclutado para cazar y matar al Creador, el arquitecto de una IA avanzada que ha desarrollado un arma misteriosa con el poder de acabar con la guerra… y con la propia humanidad. Adentrándose en el oscuro corazón del territorio ocupado, el agente descubrirá que el arma que debe destruir es una niña  (Voyles).

Lo poco que se veía de este filme la posicionaba como algo de lo más esperado en cines. Sin embargo, muy temprano en el camino, Edwards comienza a perder el rumbo de su creación al comenzar a pepenar de infinidad de obras que han tocado el tema previamente sin necesariamente ofrecer algo refrescante acerca del cercano panorama de la inteligencia artificial, sus usos, alcances y si, también amenazas, creando un problema en su ritmo y los hechos que presenta.

Su comienzo es trepidante y sienta la base para una batalla entre las facciones tolerantes y aquellos tecnófobos que ven en ello un objeto de miedo. Después de eso, Resistencia se va llenando de muchas ideas y lecturas, desde la crítica social a la mentalidad imperialista con complejo de salvadores que los estadounidenses siempre tienen mientras el director repasa secuencias remitentes a las cintas bélicas de Vietnam como Apocalipsis Ahora (Coppola, 1979) o Pecados de Guerra (De Palma, 1989), mostrando la intolerancia de la milicia gringa contra los habitantes de Nueva Asia.

También tenemos, cómo no, a los villanos que son malos porque sí, aquellos que odian a la IA sin ver más allá de sus propias culpas. Ambos son representantes de la milicia, siendo Howell (Allison Janney) una caricatura medio copiada directamente del manual de Avatar de James Cameron que es una especie de Stephen Lang bastante más absurda. Ni qué decir de Ralph Ineson con su Andrews, cuya principal virtud es ser mandón sin tener una pizca de cerebro o lógica en sus decisiones dotadas de poca perspicacia e inteligencia.

Las metáforas continúan en Resistencia, en un guion bastante mal escrito por parte del mismo Edwards y Chris Weitz, siendo la apuesta más “arriesgada” el ver a la inteligencia artificial desde un lado amable y empático, como creaciones que buscan vivir en paz ante la constante hostilidad y miedo de algunos humanos, dilema que podría sentirse actual de no ser porque en los 80s ya se planteaba esta misma perspectiva con ejemplos como Batty en Blade Runner, el T-800 en la franquicia de Terminator o Sonny en la turbulenta Yo, Robot.

John David Washington es un personaje que no genera la empatía necesaria en Resistencia. Foto: 20th Century Studios
John David Washington es un personaje que no genera la empatía necesaria en Resistencia. Foto: 20th Century Studios

Si bien no es malo poner el dedo en la llaga de un tema tan actual, la ejecución del director y el nulo ritmo del filme hacen que Resistencia se convierta en una nave espacial grandísima varada en el espacio, que no se mueve ni despega, intentando meterse más y más en diversos temas y con sendas contradicciones en la lógica del universo que plantea que, realmente, termina por perderse en un mar de tranquilidad que jamás se anima a provocar ni la discusión ni el confrontamiento con un debate por demás interesante.

A pesar de ello, hay que reconocer que, por más disperso y sin guía que se sienta la historia, lo que si hace Edwards es darle un universo creado de forma espectacular. Con su ‘limitado’ presupuesto de 80 millones de dólares, crea un panorama futurista donde existe un buen balance entre los efectos prácticos y los digitales, encontrando muchos ecos a lo realizado en la que posiblemente es su mejor obra a la fecha, Rogue One (2016).

El diseño de arte, que también bebe de muchas influencias de la ciencia ficción, le da un toque especial al filme a nivel visual. Desde la forma en cómo se construyen las IA y su funcionamiento, así como los droides y la creación de esta mega nación asiática le da un toque de cercanía al revuelto panorama del relato. Eso además de una fotografía correcta por parte del experimentado Greig Fraser (The Batman, Duna) acompañado de Oren Soffer, cuya mirada naturalista funciona a pesar de los problemas narrativos.

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El diseño de arte es por mucho uno de los mejores apartados de la película de Edwards. Foto: 20th Century Studios

Sorprendentemente, otro punto irregular del filme recae en la banda sonora de Hans Zimmer, quien normalmente es garantía pero que aquí tiene buenos y malos momentos pues hay veces que su composición rompe un poco con lo que sucede en la pantalla. Afortunadamente, también hay retazos por ahí de otros temas musicales destacando Deep Purple, un gran cover de Fly me to the Moon que remite claramente a Neon Genesis Evangelion, así como Everything in its Right Place de Radiohead, que son un plus dentro de la gris cinta.

Y en cuanto a sus protagonistas, es una moneda de dos caras donde una brilla y la otra no. Hay que darle aplausos a Madeleine Yula Voyles, pues su Alphie, esa inteligencia artificial diseñada para salvarnos o destruirnos, es bastante emotiva. Ella logra captar el dolor, la inocencia y la empatía de un ser no humano que parece comprender mejor la esencia de nuestras almas. En su debut cinematográfico, Voyles hace que el filme tenga momentos donde despierta de su aciago letargo.

En contra parte tenemos al parco John David Washington, que peca de los mismos problemas que varios personajes de Resitencia. Su agente Josh es lastímero, seco y parece no tener un sentido de la abstracción. Si bien su motivación puede ser entendible, parece que esta siempre condenado a tomar pésimas decisiones que lo hacen ver como alguien tremendamente crédulo para ser de inteligencia militar. Ni que decir de los pequeños pecados que involucran al ejercito protector de El Creador, que posiblemente pudieron detener la batalla antes incluso de que todo se fuera al diablo… pero eso no conviene al relato.

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Madeleine Yuna Voyles es una interesante revelación que se salva del olvido en esta cinta de ciencia ficción. Foto: 20th Century Studios

Por ello, la mayor Resistencia que ofrece este filme es la de la paciencia del espectador, que a pesar de secuencias bien armadas y de una construcción con toda la esencia cyberpunk carece de la emotividad necesaria para transmitir las emociones creando un caldo de cultivo en donde la humanización de la IA pasa por las creencias religiosas y hasta los lazos fraternos entre padres, madres e hijos y sus diferentes puntos de vista.

Así, esta cinta que pintaba para ser una épica de ciencia ficción digan de nuestros tiempos se convierte en un ejercicio lento, cansino y aburrido que jamás encuentra su camino real. Se dice que Edwards ideó esta historia a partir de imágenes de arte conceptual, detalle que se nota en la falta de desarrollo y cuidado de la misma, donde un mundo tan rico pierde su fuerza en un simbolismo bastante obvio: la inteligencia artificial es nuestra hija, nació para salvarnos pero puede destruirnos. Lástima que se quede hasta ahí.

Comunicólogo, amante del cine, la música y todo lo que sea cultura. Forjando una carrera en el medio desde 2018 a la fecha. Colaborador en varios espacios, consciente de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

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